«La soledad en la vejez es absolutamente terrible»

Aurora Cateriano descuelga su teléfono en su piso de Nou Barris, en Barcelona. Faltan unas horas para su 80º cumpleaños. Para celebrarlo, su nieta va a dormir esa noche en casa, con ella. Explica que, a pesar de tener una sola habitación, dispone de una cama grande, más amplia que la de matrimonio, donde pueden dormir las dos sin rozarse.

Sin embargo, no es algo que ocurra siempre. Cuenta que sus hijos, los que están en Barcelona, se han casado con mujeres del norte de Europa. Y claro, su idea de familia no incluye a las yayas conviviendo en el mismo hogar.

No lo comparte del todo, pero se le llena la boca de orgullo hablando de sus tres hijos. A todos los crio sola, trabajando como nutricionista en su país, y «haciendo dinero» para permitir que todos estudiasen y tuviesen la vida que quisieran.

Ahora, cuenta que su vida es más modesta que las de sus hermanas en Perú. Pero que a ella no le falta nada. Tampoco la energía para seguir activa, como ha hecho siempre: «En el día a día voy al ‘casal’. Los lunes hago gimnasia suave. Los jueves, una disciplina china que es lo más relajante que he podido vivir.

Antes hacía yoga, pero ahora por mi columna lo he dejado, porque no puedo cruzar los pies. También hago taller de memoria. Nos mandan deberes de matemáticas para casa».

Aurora tiene buena movilidad, aunque lleva bastón, dice, como prevención: «Primero se rompen los huesos y después te caes. Lo que tengo son muchas hernias, pero no me gusta que vengan a limpiarme los platos. La intimidad es un don que deseo preservar».

Visitas de una voluntaria

Quien sí va a su casa es una voluntaria de Amics de la Gent Gran. «Antes venía una señora francesa. Ahora me acompaña una chica estupenda, profesional de la salud, de 30 años. A veces está en Barcelona y a veces no. Pero no me importa, porque yo también me movía mucho cuando era joven. Nos llevamos muy bien».

Su voz suena jovial al otro lado del teléfono, un aspecto alabado en su entorno. «Cuando yo mencioné que iba a cumplir 80 años, mi profesora dijo delante de todos mis compañeros que ella siempre comentaba en el ‘casal’ mi buena memoria. Que, a pesar de mi edad, tengo una cabeza bien puesta y que mi presencia no remite a ancianidad, sino a adultez. Y que me conservo bien. Y esto lo cuento –asegura con un punto de orgullo en la voz– porque rara vez nos dicen cosas bonitas a esta edad».

Aurora, de buen carácter, se define como un «arcoíris»: polifacética. Y siempre, dice, está contenta. «Que me hagan una entrevista, siendo extranjera, para mí es un premio.

El regalo más grande que me pueden hacer a mis 80 años». Ella es una de las personas, como Vicenta Seguí y Maria Pau (nombre supuesto, porque quiere mantener el anonimato), protagonistas de este reportaje, que se apoyan en las organizaciones de mayores para socializar. Otra de ellas es la Fundación Alicia y Guillermo, en Madrid, donde EL PERIÓDICO ha estado para conversar con algunas personas allí reunidas.

Cambio de vida

«La soledad es absolutamente terrible», admite Concepción Curull Martínez, de Vilanova i la Geltrú, al preguntarle qué significa para ella. La catalana está convencida de que la soledad tiene que ver con la condición económica. Que no conoce a ninguna persona que tenga dinero y esté sola.

«Yo soy un ejemplo de cambio de vida total. Después de 50 años de matrimonio y un nivel bastante alto que incluía chalet, perros, golf y tenis, de repente, me encuentro con una pensión equivalente al salario mínimo», explica.

Su marido fue piloto de Iberia durante muchos años. Cuando murió, tuvo que vender su casa y mudarse al barrio madrileño de Tetuán, a 20 kilómetros de la urbanización en la que vivía. «Mi nivel social de repente hizo ‘boom’. Estuve sola hasta que conocí la fundación. La gente es muy tonta, muy cursi. Dejé de jugar al golf y mis amigas dejaron de llamarme, después de 40 años.

Pero vine aquí y me ha cambiado todo, hasta el carácter. Son estupendos Ahora estoy que no me acuerdo ni del golf ni de las amigas», reconoce. A sus 77 años, tiene hijos y nietos. Pero vive sola. Va al médico y a la compra sola.

«Todo sola. He dejado de hacer deporte, que era mi vida». Justo cuando dice eso entra otra mujer, de 92 años. Alguien a quien, según comentan, también le ha cambiado la vida estar en la fundación.

Un sentimiento, no una situación

En uno de sus programas en Canal Sur, Juan y Medio preguntaba a una señora por qué había acudido a buscar pareja. «Porque estoy sola», dijo. Al insistirle, la mujer recalcó que estaba sola para todo. «Hasta para la ducha».

Y le daba miedo. La viudez es una de las razones que atañen a la soledad, pero no la única. Aunque buena parte de los protagonistas de estas historias no tienen pareja, muchas sí cuentan con hijos o nietos. También amigos. Ni siquiera todas duermen las 365 noches solas. Porque la soledad no deseada tiene que ver con un sentimiento, no solo con una situación.

«Es una condición psicológica y social que incluye aspectos cognitivos y emocionales de malestar, de valorar insuficiente el apoyo social recibido. La soledad nos habla de nuestra vulnerabilidad y de la necesidad que tenemos de los otros».

Así lo definía Laura Coll i Planas, médica y doctora en Salud Pública y responsable de investigación de la Fundació Salut i Envelliment de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en el artículo ‘La epidemia silenciosa que comienza a hacer ruido’ publicado en la revista Barcelona Metròpolis del Ayuntamiento de Barcelona.

Soledad subjetiva

«Desde un enfoque más cognitivo, desde la Psicología, la soledad no deseada está más emparentada con tener unas relaciones que no se corresponden con las que a ti te gustarían, creándose una disonancia entre aquellas que se tienen y las que se quieren tener», explica por su parte Regina Martínez, psicóloga especializada en personas mayores y envejecimiento, y coordinadora del Observatorio de la Soledad, iniciativa de Amics de la Gent Gran.

«En esa discrepancia –continúa– hay un desajuste y se generan sentimientos de insatisfacción y angustia». Martínez señala que hay que diferenciar entre la soledad objetiva –referida al aislamiento social, al hecho de no tener una red relacional desde un punto de vista cuantitativo– de la subjetiva, que se puede generar cuando sí hay relaciones, pero estas no proporcionan un apoyo social que puede ser material, emocional o cognitivo.

«Por eso nos encontramos con personas mayores que tienen familia o viven en centros residenciales, con decenas o cientos de personas más, pero pueden estar sintiéndose solas porque no comparten ese vínculo íntimo o no se sienten integrados». Y añade que puede surgir en diferentes edades y situaciones.

Sin lazos intrageneracionales

Es por eso que, en la misma reunión, se encuentran una pareja de brasileños. Lucía Helena Lachili Latini, de 69 años, explica que siente nostalgia cuando las familias se reúnen en Navidad. «Echo en falta a mi madre y a mis hermanas», dice. Le queda poco para ir a visitarlas. Su marido, Alberto Sidney Latini, de 71, no entiende que en Europa pueda haber tanta gente que se siente sola, sin relación entre las distintas generaciones.

También está José María García Muñoz, una persona que según la pareja de brasileños ha cambiado totalmente desde que va a los encuentros. Con una carrera que sus compañeros tachan de «diversa y amplia» (ha sido cura 17 años, psicólogo y tiene un pasado sacudido por la guerra civil) anima a todos cuando habla. «La soledad no deseada es uno de los enemigos del ser humano. Es el diablo, y yo prefiero abrazarlo y sacarle jugo, que lo tiene», bromea.

En España, casi dos de cada diez personas tienen 65 años o más, según recogen los datos del Instituto Nacional de Estadística a 1 de enero de 2018. Este segmento de la población mayor (19,2%) supera al joven, que se sitúa en torno al 17%.

Responsabilidad globlal
De esas personas que superan la barrera de los 65 años, casi dos millones (1.960.900) viven solas, a tenor de la ‘Encuesta Continua de Hogares’ del INE. De todas ellas, 6 de cada 10 reconocen sentir soledad (59%, según un estudio de CIS-Imserso).

Como apuntan en la Fundación Amigos de los Mayores, en menos de 50 años 1 de cada 3 españoles tendrá más de 65 años. Y, añaden, la soledad tiene nombre de mujer: entre los dos millones de personas mayores que viven solas, dominan las mujeres: 1.410.000 (71,9%) frente a 550.900 hombres (28,1%). Es decir, 7 de cada 10 mayores que viven solos son mujeres.

En los últimos años también ha aumentado significativamente el número de mujeres mayores de 85 años que viven sin estar acompañadas. Así, casi la mitad de las que superan esta edad residen solas (el 41,3%), frente al 21,9% de los hombres en la misma situación. Además, de todos los hogares unipersonales de mujeres en España, casi la mitad (el 47,5%) pertenecen a viudas.

Sin perspectiva

Aunque, como recuerda Coll i Planas, no existan datos anteriores sobre la percepción de la soledad que permitan saber si ha ido a más o a menos, en los últimos años sí ha aumentado la creencia de que, efectivamente, es un problema. «Hay teorías que dicen que irá a más por cómo vivimos, porque cada vez somos más individualistas. Otras, en cambio, apuntan a que irá a menos, porque cada vez estamos más preparados emocionalmente. Lo que sí es verdad es que el porcentaje de gente mayor aumentará y la tendencia es a vivir solos. Por lo tanto, se espera que más personas mayores se puedan sentir solas», explica.

Lo doctora en Salud Pública considera que todos estamos involucrados en esta soledad, que tiene que ver en cómo humanizamos nuestro día a día y en los prejuicios que hay en torno a las personas mayores. «Nos cuesta mucho situar en el debate público que todos nos sentimos solos. No es una enfermedad que han desarrollado ciertas personas, lo que les pasa a ellos tiene que ver con nosotros –asegura–.

Si estamos todo el día trabajando y ocupados con nuestras cosas, y no hemos creado una sociedad que cuide y se preocupe por los demás, y cada generación vive encasillada en sí misma, los mayores que están en condiciones más vulnerables se quedarán solos. Y nadie se siente responsable de esto».

Deterioro congnitivo, insomnio y sustancias

Tanto ha aumentado la percepción de la soledad como problema que gobiernos y organizaciones están hablando ya de ella como una de las epidemias del siglo XXI. Además, están las repercusiones. Porque sentirse solo también tiene consecuencias para la salud. La psicóloga recuerda que, en un informe sobre la soledad en Gran Bretaña, una de las conclusiones principales apuntaba a que esta situación equivale a fumar 15 cigarrillos al día.
Otra certeza es que la soledad causa depresión y problemas de salud psicológica, así como un deterioro cognitivo más rápido.

Martínez subraya que con ella aparecen más insomnio y abuso de sustancias, y que equivale a situaciones de estrés y ansiedad. También hay evidencia científica de la relación entre soledad y enfermedades cardiovasculares. «La mortalidad por cualquier causa es más alta entre las personas que se sienten solas que entre las que se sienten integradas, apunta Coll i Planas.

Asimismo, la soledad también repercute en un incremento de la pobreza y de la precariedad. «Una persona sin entorno tampoco tiene información sobre los recursos de los que dispone, así que tendrá dificultades en cambiar esa situación o acercarse a una entidad», explica la coordinadora del Observatorio de la Soledad.

Contra las políticas de emergencia

La psicóloga, no obstante, opina que se ha de ser cuidadoso con abordar la soledad como epidemia y generar una serie de políticas «alarmistas y muy puntuales». «El problema requiere cambios muy profundos, y no a corto plazo, en la organización social. Estamos hablando de muchas circunstancias: del deterioro de las relaciones comunitarias, de la cultura individualista, y del menosprecio y la estigmatización de los mayores. Todo eso no se puede solucionar con una política de emergencia», concluye Martínez.

«Nunca habría pensado que la soledad era lo peor que me podría pasar», rezaban carteles en el metro de Amics de la Gent Gran. Para investigadores y quienes están detrás de las asociaciones, urge potenciar la prevención.

«Además de dotar de programas reales de intervención, hay que hacer prevención sobre las personas que están ya en los pasos previos, porque cuando haya un problema económico o un deterioro de la salud, se pueden ver inmersas en una situación de la soledad», asegura Martínez.Hay muchas entidades que se dedican a visibilizar y ayudar, como Amics de la Gent Gran, la Fundación Amigos de los Mayores, Fundación Alicia y Guillermo, Avismon y Fundació Roure. Y hay ayuntamientos, como el de Barcelona y Madrid, con programas para impulsar las relaciones intergeneracionales en los barrios. Porque, como indican los expertos, todos, absolutamente todos, podemos llegar a sentirnos solos.

 

Fuente: El periódico

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