Hace unos días, con unos amigos, y a raíz de que uno de ellos cumplía 60 años, reflexionábamos sobre cómo hemos ido enfrentando los cambios de folio. Mientras para algunos el cumplir 30, 40, 50 e incluso 60, no es gran cosa, es decir, no nos afectó anímicamente, otros contaban que su mayor crisis la vivieron cuando cumplieron 30, porque significó darse cuenta de que la juventud y esa época de “living la vida loca” quedaba atrás.
Otros decían que el cumplir 60 les parecía extraño porque si bien sabían que entraban a la llamada “tercera edad”, ellos no se consideran viejos, no se sienten representados ni identificados con esos estereotipos que muestran a una persona de edad disminuida, deteriorada, con mucho tiempo libre, pero sin proyectos de vida. Y es que la vejez, hoy en día, es una etapa muy larga: comienza a los 60 y termina, según las proyecciones en Chile, a eso de los 86 años.
Si bien existe una oferta cada vez más variada de productos y servicios para los “sénior” y las políticas públicas intentan ser cada vez más transversales, siempre quedaba la sensación de que, al hablar de vejez, de viejos, de envejecimiento, se pensaba en un mismo tipo de persona, con necesidades más o menos parecidas, con problemas y dificultades similares y con sueños y deseos semejantes.
Por eso, resulta tan interesante y pertinente que la Comisión Especial del Adulto Mayor aprobara recientemente y por unanimidad el Proyecto de Ley que crea el concepto de “cuarta edad” y es que no todos los viejos son iguales ni tienen las mismas necesidades ni los mismos intereses. Al igual que en toda edad, hay diversidad. Y la vejez es mucho más diversa de lo que se piensa, por eso, la idea de segmentar por tramos etarios a la población mayor e identificar las principales características de cada grupo para, a partir de ellas, poder tomar mejores decisiones, diseñar programas más efectivos y dar real respuesta a sus necesidades es una buena noticia.
La cuarta edad hace referencia a las personas de 80 y más años, que hoy en Chile, según las cifras del Censo 2017, son poco más de 489 mil. En un país en el que la expectativa de vida promedia los 86 años para hombres y mujeres, se hace necesario establecer planes, programas, sistemas de cuidado, productos y servicios que se hagan cargo, específicamente, de esta población que tiene características propias distintas a las de la tercera edad, integrada por personas de entre 60 y 79 años.
La tercera edad es integrada, en su mayoría (si bien en esta etapa hay mucha diversidad, debemos tomar como referencia algunas características más o menos comunes para poder caracterizarla) por personas activas física, mental y laboralmente; sanas y/o con enfermedades crónicas controladas; autónomas, es decir, capaces de tomar sus propias decisiones en lo relativo a cómo gastar el dinero o qué hacer en el tiempo libre; independientes para realizar las actividades de la vida diaria, en resumen, por personas que no han cambiado mucho desde los 55. Personas que se ven jóvenes y joviales, que tienen muchos proyectos y ganas de seguir haciendo cosas, desarrollándose, trabajando, estudiando, por ejemplo.
En cambio, la cuarta edad, en su mayoría es integrada por personas en las que se evidencia el deterioro propio del paso de los años. Son personas a las que les cuesta más mantener sus enfermedades crónicas bajo control, tienen más riesgo de caídas, tienen menos fuerza, por ejemplo, para realizar su rutina diaria, algunas de ellas viven con demencia, principalmente con Alzheimer, por lo que el ejercicio de su autonomía se vuelve más difícil.
Para este grupo de personas, una vez que este Proyecto de Ley se transforme en Ley, se podrán destinar recursos públicos para implementar políticas públicas que las beneficien y que, por ejemplo, promuevan la implementación de centros diurnos para personas con demencia, contribuyendo de esa manera al mejoramiento de la calidad de vida tanto de la persona como de su grupo familiar. También se podrá invertir en campañas de sensibilización, con las que tomemos conciencia de que las personas no por tener más años o vivir con enfermedades pierden derechos o capacidad de decisión.
El reconocimiento de la cuarta edad como una etapa diferente en la vida, con necesidades y desafíos propios es una excelente noticia que nos permitirá enfrentar los desafíos de vivir en una sociedad envejecida respondiendo adecuadamente a las necesidades de cada grupo etario.
Fuente: La Tercera